Por Fernando Rivera Lazo
Anand y Carlsen estos reyes del ajedrez que están disputando el campeonato mundial 2014 en Sochi, Rusia, del extraordinario Juego ciencia y Rey de los juegos, no tienen real espíritu de lucha ni de sacrificio. Antes de iniciar la repetición de jugadas se pudo continuar y pudo haber habido fuegos artificiales en esta novena partida. En estas batallas se debe luchar con decisión hasta el final y ganar o perder con altura.
Hasta ahora en ninguna de estas batallas en que se han enfrentado los generales de esta guerra por el trono del mundo ajedrecístico, Viswanathan Anand, el braman hindú, y Magnus Carlsen, el rey vikingo noruego, no veo fuego de misiles ni brillos en sus espadas, ni el silbar de flechas envenenadas, ni menor la intrincada lucha de livianas lanzas. La sangre no está llegando al río. No hay mayor emoción en sus cuarteles ni en las tribunas.
¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!
En estas luchas no aflora ninguna genialidad, nueva estrategia, ni la valentía de arriesgar en el centro de la batalla ni en los flancos. Tampoco en las aperturas, el medio juego o los finales. Estas partidas están muy lejos de acercarse siquiera a obtener un premio de belleza o el Oscar del ajedrez. No tienen el atractivo de la creatividad y la aventura de las innovaciones. Ni siquiera hay novedades relevantes en ninguna de las tres etapas de nuestro maravilloso juego.
En el deporte ciencia no se gana ni se pierde por agresividad o debilidad psicológica ni otros aspectos psíquicos. Al sentarse frente al tablero y hacer la primera jugada sale al frente de la batalla el temple del ajedrecista y nada más, los nervios desaparecen.
Al comenzar la batalla las neuronas activan sus intercambios eléctricos, y surge la genialidad. La adrenalina entra en circulación, las defensas se ponen en guardia y la histamina se inhibe. El ajedrecista se ha liberado de todo nerviosismo previo y, al contrario, tiempla sus nervios como el acero de sus espadas; y, sobre todo, natural y conscientemente su cerebro pone en juego objetiva, material y virtualmente, todo su potencial intelectual, sacando a la luz todo su ímpeto con el objetivo de ganar y brillar. Y entonces se pasa a la historia con laureles inolvidables.
Cuando ambos oponentes juegan con ese espíritu sus partidas se ganan el premio a la brillantez. Eso es lo que está faltando. Les está faltando…coraje. Magnus va a ganar este match a punta de empates, así de fácil, y se va llevar casi un millón de dólares, y Anand más de medio millón.
Ahora los dos mejores ajedrecistas del mundo frente al cuadrilátero campo de batalla, están conduciendo sus ejércitos de soldados a pie, caballos voladores, sus alfiles oficiales, las torres protectoras de sus reyes y sus bravas amazonas, estrategas damas comandantes, hacia al sacrificio, venciéndose de uno y otro lado, casi con victorias a lo Pirro, o a veces retirándose a sus bunkers sin pena ni gloria, con sus irremediables empates.
En este desafío las estrellas no están brillando. Ni Carlsen ni Anand están revolucionando el ajedrez. Más va pareciendo el match, y la comedia de las equivocaciones, y repeticiones. Si este encuentro fuera de los bulliciosos box o futbol las graderías los estarían chiflando. Lo mismo harían Stephen Hawking y Bill Gates de aburrimiento.
Es el colmo que notables analistas se vean obligados a comentar que en estas partidas por el campeonato del mundo se estén cometiendo errores de principiantes, no hay que decir de niños, porque niños hay geniales, como Magnus, cuando era simpático. Pero los chicos crecen. La juventud es vital pero no debe ser presumida y la experiencia es experta pero nunca debe ser tímida. En las graderías los espectadores ‘chessofilos’, las barras y los fans de uno y otro bando, están gritando “Queremos ver partidas que al finalizar gritemos ¡Bravo! Y los saquemos en hombros”.
No hay como el excelente duelo a muerte que protagonizó el 'capitalista' Bobby Fischer, norteamericano, vs. Boris Spassky, el ‘zar rojo’, ruso, que hicieron que el ajedrez fuera realmente el rey de los juegos a nivel mundial. Fue un match ¡inolvidable, aleccionador y promotor! Peón.